domingo, 1 de marzo de 2009

Mi Cicatriz




A los 11 años yo vivía en la casa de mis abuelos, en Avenida Holanda casi esquina Las Dalias, el lugar en el que me crié desde guagua. Era una casa preciosa, de esas que hoy ya casi no hay en Providencia, grande con un patio maravilloso, lleno de Damascos, Cerezos y limoneros....además de un parrón con deliciosas uvas que acogía los almuerzos familiares en verano.
Mi abuelo, como buen nadador y Campeón nacional, no dudó en armar una piscina de buenas proporciones para nadar con ganas y no sólo para mojarse...como las de la mayoría.
Desde que empezaba a hacer un poquito de calor no dudaba en pasarme el día entero nadando y sobre todo bajo el agua...donde encontraba una suerte de raro alivio a algunas cosas que me orbitaban desde chica....habrá sido el silencio dentro del agua, o el recuerdo de la tranquilidad del vientre de mi mamá...no lo sé, si se que disfrutaba cada momento en ese lugar.

Un día a mediados de noviembre salí de la piscina con un pequeño, pero molesto dolor en la frente. Cuando me toqué noté en el medio un pequeñísimo bultito y fuí donde la Al a contarle. Lo primero fue pensar en algún golpe en la piscina o en alguna picadura de insecto, por eso ninguna de las dos le dimos mucha importancia y así pasaron pocos días, hasta que el bultito creció de manera importante, al igual que el dolor....punzadas intermitentes y sensación de bombeo.

Ahí comenzó el periplo de la Al (mi Madre - abuela)por distints doctores, hasta que un doctor de apellido Cienfuegos de la Clínica Indisa, le dijo que era una reacción alérgica y me dió un tratamiento con cortisona....

El dolor cada día era peor....la frente se había hinchado por completo y bajo mis ojos unas manchas negras me hacían parecer hindú.....
No podía dormir, me mareaba y el tratamiento no hacía efecto, aún más, parecía empeorar las cosas, yo era lo más parecido al "hombre Elefante" que se puedan imaginar.

A los 11 años conocí un nivel de dolor físico que no soy capaz de llevar a palabras, era como si me estuvieran clavando un puñal en la frente...todo mi cierpo se estremecía y ya no tenía fuerzas ni siquiera para llorar.

Un día y frente a mi excesivo dolor, la Al contactó a un joven pediatra que llegó un día martes a mi casa. Yo estaba en cama, ya era diciembre y el calor llenaba el ambiente de mi linda casa.
Entró un hombre bajito, flaco y muy serio,Ronald Youlton (hoy médico de la CLC) me examinó y le dijo a la Al que iba a llamar a Axel Christensen, un joven y destacadísimo Otorrinolaringólogo, porque esto era para su especialidad.
Fue ese acierto el que me salvó la vida.

El miércoles en la mañana Axel Christensen estaba a los pies de mi cama, explicándole a la familia que lo más probable es que yo estaba padeciendo de una rarísima sinusitis, y que la cortisona estaba literalmente, Comiendo el hueso frontal.
Llamó a la Clínica Dávila y pidió pabellón para el día siguiente a las 8 de la mañana, faltaban pocos días para navidad.

El dolor, qué horror, ya era imposible que el dolor se pasara. Estaba en mi pieza en la clínica con varias enfermeras que me preparaban desde muy temprano para la que sería una cirugía larga (duró 8 horas).

Tenía 11 años y por un momento sentí la muerte muy cerca. Hoy se puede atribuir a mil factores, pero ese día yo sentía que me habían venido a buscar, que me iría de ahí y por una parte sentía alivio, el alivio de sólo pensar que el dolor ya no me acompañaría.

Iba en la camilla mirando el techo, un poco mareada por los tranquilizantes y con el cuerpo adolorido y acalambrado de tanto estar en cama, al pasar por el pasillo se despidió de mi toda mi familia, incluso mi Madre Marcela estaba ese día en la clínica.
En todos vi una mirada de preocupación extrema, algunos lo disimulaban, pero todos sabían lo grave que era lo que me pasaba y las consecuencias que podía tener, entre ellas meningitis....o siplemente morir.

A los 11 años yo saludé de frente a la muerte, sentí su olor y hasta podría decir que la "vi".

En el pabellón había 4 doctores, 3 más Axel, todos haciendo un esfuerzo por tranquilizarme, con los tradicionales...."toda va a salir bien..."
El anestesista, me dijo con dulzura..."cuenta desde 100 hacia bajo....", en el número 98 me dormí.

Desperté completamente descompensada, adolorida y vomitando.
Todo me daba vueltas y me tuvieron que dar fuertes dosis de morfina para calmarme.

Tenía la cara hinchadísima, no podía abrir los ojos, estaban pegados como con neoprén....tenía tubos por todos lados y monitores por toda la pieza....llloraba.
La enfermera que me aconpañaba mojaba un algodón y lo pasaba por mis ojos, contándome que pronto los podría abrir, que tuviera paciencia.
Sentía tanto dolor como antes de la operación....8 horas en las que los doctores abrieron mi frente de lado a lado por las cejas....y se encontraron con que el hueso frontal estaba siendo devorado por la infección...proceso que aceleró la cortisona que me dió Cienfuegos.
Abrieron, rasparon, rompieron conectaron, hicieron y deshicieron en mi, todo sin saber porque lo que a mi me pasó no le había pasado a nadie, o al menos no habían registros en Chile hasta ese momento de algo tan voraz.

Recordar en este momento para poder compartirlo con ustedes me emociona mucho, por lo difícil que es conectarse con ese dolor, que no sólo era físico, era mucho más que eso, era el dolor de mi existencia, el que debe sentir un bebé que nace a la vida....ese día yo nací una vez más...

la recuperación tomó meses. El dolor había cedido su camino a las molestias y a una cicatriz que se instalaría en mi frente para recordarme por siempre por dónde transité.

Siempre me preguntan "Qué te pasó ahí?", vuelvo a contar la historia. Con los años se ha ido borrando, algunos piensan que es por los anteojos, y al tener edad para maquilarme la fuí disimulando de a poco.

No es fácil vivir con una cicatriz, y menos cuando está en tu cara, cuando hay pocas formas de esconderla.
Yo la escondía por años, hasta que me di cuenta que era parte mía, que tenía que aceptarla y olvidar las burlas que en algún momento vinieron con ella.
Me sentí mal demasiado tiempo...hasta que fue la misma cicatriz la que se hizo más delgada, más fina...se fue adaptando a mi cara y fue ayudándome lentamente a vivir marcada, pero feliz.

Hoy casi es un orgullo, sí créanme que sí.
Le doblé la mano a la muerte a los 11 años.
Soporté más dolor del que se puedan imaginar.
Aguanté y me aferré como nadia a cada tratamiento que venía con los avances de la ciencia. Soporté entrar 5 veces más a pabellón y a ser abierta por la misma "puerta", mi cicatriz siempre soportó con hidalgía que la trasgredieran una y otra vez.

La última fue en 1997....y hasta la fecha no sólo estoy sana, mi cuerpo fue capaz de cerrar zonas para que nunca más el dolor se alojara en mi.

Me sané, pero en mi frente siempre quedará la marca que me dice cada día que con 11 años decidí vivir.


Leonor
A mis amigos y amigas que saben que el dolor nos hace fuertes de verdad.